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Introducción al Hermetismo (Parte 1)

Representación de Hermes Trismegisto en la catedral de Siena

El hermetismo es un conjunto de enseñanzas de tipo religioso, filosófico y mágico atribuidas a Hermes Trismegisto, el tres veces grande. Figura legendaria considerada por algunos como un gran sabio y por otros como incluso un dios (El dios Thoth egipcio, el Hermes griego y el Mercurio romano).

 

La doctrina hermética ha resurgido en diferentes etapas de la historia. Aunque sus textos más antiguos encontrados corresponden a los primeros dos siglos de la era común (específicamente entre los siglos II y III d.C.), algunos sabios de la antigüedad, tales como Manetón, Jámblico y Clemente de Alejandría, hablaban de una tradición oral que se remontaba al periodo ptolemaico (~siglo IV a.C. – siglo I a.C.) y al Antiguo Egipto (aproximadamente 2700 a.C.).

 

Uno de sus principales resurgimientos ocurrió durante el Renacimiento, con la traducción al latín realizada por Marsilio Ficino de varios textos de esta tradición, quedando unidos bajo la compilación conocida como el Corpus Hermeticum.


Rostro de Marsilio Ficino, extracto de la imagen "Ángel se aparece a Zacarías" por Domenico Ghirlandaio

De acuerdo a la leyenda, el sabio Hermes, absorto en una profunda meditación, se encontró con un ser imponente conocido como Poimandres. Un ser de tal magnitud pudo haber concedido cualquier deseo humano, poder o riqueza, sin embargo, lo que Hermes deseaba desde lo más profundo de su corazón era el poder entender la naturaleza de todas las cosas y poder así comprender a Dios. Es en ese momento que la deidad le revela, mediante visiones y mediante su propia voz, el origen del Cosmos y del ser humano.


Arte de Robert Fludd

Origen del Cosmos.

 

Hermes recibe una visión sobre una Luz sublime que abarcaba todo. Sin embargo, en un rincón de ésta se encontraba la Naturaleza Húmeda (Hyle), la cual, mediante un movimiento serpentino, trató de enroscarse en la Luz, exclamando un potente grito.



En su compasión, y deseando la inmortalidad de la Materia, de la Luz emanó un rayo que hizo resplandecer a la sufriente Naturaleza Húmeda. Es a partir de ese momento que se levantó una enorme columna de fuego que finalmente rodeó a la Materia Primordial (Hyle) como una vasija. Posteriormente aparecerían los siete ángeles constructores, quienes verterían semillas divinas en aquella mezcla de materia y luz contenidas en la vasija. Dios quiere ser conocido, Dios busca “ser” en todas partes. Por tanto, cada semilla contendría en potencia una de las innumerables facetas o caras de Dios. Los gobernadores hicieron girar con fuerza las aguas de la vasija. Con el movimiento las semillas divinas comenzarían a desenvolverse en formas que evolucionarían cada vez más perfectas y que decorarían bellamente el interior del recipiente. La luz había descendido en la oscuridad.


El Primer Día de la Creación (por Francisco de Holanda)

 

De la columna de fuego descendieron, como una cortina que cae, los cuatro elementos. En la parte superior permanecía el fuego, marcando la frontera entre la vasija y los reinos de Luz, más abajo el aire, y por último, en las secciones inferiores permanecerían mezclados el agua y la tierra (siendo éstos los elementos densos). Las semillas se desenvolvieron en estas cuatro regiones elementales y así comenzaron a brotar diferentes formas de vida. En el fuego las salamandras, en el aire las aves, en el agua los peces y en la tierra los animales rastreros. Por arriba de todos ellos: los daimones, el coro de dioses errantes (los planetas) y el coro de los dioses inerrantes (las estrellas), custodiando y guiando la evolución de la vida en la vasija. A este orden dentro del Caos, se le denominó como el Cosmos.



Sin embargo, al ser la Materia (Naturaleza Húmeda) una emanación del Caos, de la oscuridad primordial, todo estaba destinado a desordenarse y desaparecer al poco tiempo. El Caos es contrario al orden y a las formas, contrario a la vida. Es ahí que entró en escena el Aliento Divino, emanación de Dios que dotaría al cosmos de inmortalidad. Cuando la vasija fue rodeada por el soplo de vida, aparecería la ley de Apoktastasis, bajo la cual, todos los seres tras desorganizarse y “morir”, volverían a reorganizarse una y otra vez, cada vez en formas más perfectas en un ciclo sin fin. Es así, que la Materia, a pesar de ser hija del Caos podría volverse inmortal. Todo lo que reside en el Cosmos siempre pasará por disolución y muerte, sin embargo, también renacerá, por tanto es eterno.

 

Origen del hombre.

 

El hombre tiene dos padres. Es hijo directo del Cosmos en el cual reside, pero también es hijo de Dios. Está hecho a su semejanza y, a diferencia del Cosmos, tiene el regalo del Pensamiento (la mente divina). En un inicio el hombre habitaba en las esferas celestes junto con sus hermanos los ángeles. El hombre entabló amistad con los siete gobernadores que custodiaban el Cosmos y conoció sus secretos. Al percatarse de las creaciones de sus hermanos el hombre deseó también crear y operar dentro de la esfera demiúrgica. Al contar con el Pensamiento, y por tanto, con el libre albedrío, el hombre decidió atravesar las siete prisiones y mirar de frente a las aguas de la Naturaleza Húmeda. Al mirarlo, las aguas se enamoraron de él y proyectaron su reflejo. El hombre al mirarse en las aguas se enamoró de su imagen y deseó habitar aquella forma. De esta relación de amor, el hombre celeste cayó bajo un profundo sueño para vivir ahora como un residente dentro del Cosmos. El hombre terrestre, habiendo olvidado quién es y de dónde viene, permanece sujeto a las leyes de los siete gobernadores que controlan su destino. Dentro de esta prisión de siete envolturas el hombre experimenta ahora la muerte, la pérdida, el dolor, la ignorancia y las pasiones, siendo éstas las emanaciones directas del Caos (lo opuesto al Bien).


Narciso (por Caravaggio)

 

Regresando al Padre

 

Sin embargo, existe un órgano sutil que yace en el corazón y en la cabeza del hombre terrestre, y que es el puente para volver a la luz de Dios, despertando así a nuestro verdadero yo, el cual permanece dormido fuera de la esfera cósmica. Aquél que con una devoción sincera suplique por salir de dicha prisión, pondrá en movimiento fuerzas invisibles que le ayudarán a despertar. Gradualmente dejará de poner atención a las quimeras que le muestran sus sentidos físicos y su visión interna se irá fortaleciendo. A esta visión se le conoce en la literatura hermética como los Ojos del Pensamiento. Profundizaremos en este tema en nuestra segunda parte del artículo.



 


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